El Edificio Montclair siempre había tenido una presencia imponente en la ciudad. Construido en la década de 1950, su fachada de ladrillos oscuros y sus altas ventanas reflejaban una historia tan antigua como perturbadora. Los residentes evitaban hablar de ello, pero el rumor persistía: cada veinticinco años, alguien desaparecía sin dejar rastro. Matías Rivas no creía en supersticiones, pero cuando su vecino Emilio Gutiérrez desapareció el 25 de octubre de 2025, su escepticismo se resquebrajó.
La desaparición de Emilio fue un evento desconcertante. Aquel día, el Montclair sufrió un apagón repentino, uno de esos cortes de energía inexplicables que dejaban el edificio sumido en una oscuridad total. Cuando la luz regresó, Emilio ya no estaba. Su departamento estaba cerrado por dentro, sin señales de violencia ni objetos fuera de lugar. La policía no encontró pruebas de allanamiento y, para empeorar las cosas, las cámaras de seguridad del pasillo mostraban solo una pantalla negra durante el apagón. Cuando la imagen regresó, la puerta de Emilio seguía cerrada, pero él había desaparecido.
Matías había vivido en el Montclair toda su vida y conocía a Emilio lo suficiente para saber que no era un hombre impulsivo. No tenía deudas, enemigos conocidos ni razones aparentes para huir. Algo en la historia no cuadraba, y la curiosidad de Matías pronto se transformó en obsesión.
Comenzó a revisar los archivos del edificio, hurgando en registros antiguos, periódicos y documentos municipales. Fue entonces cuando notó un patrón aterrador: las desapariciones ocurrían cada veinticinco años, siempre la misma noche. En 1950, Sara Delgado, una mujer de treinta años, desapareció en su departamento. En 1975, Ricardo Mercado, se desvaneció en circunstancias idénticas. En el año 2000, Elizabeth Suárez, una estudiante universitaria, fue la siguiente en la lista. Y ahora, Emilio Gutiérrez.
Lo más inquietante era que cada una de las víctimas tenía una conexión con el edificio desde su construcción. Todos ellos descendían de la misma familia. ¿Qué significaba eso? ¿Era un simple patrón o había algo más oscuro acechando en las sombras del edificio?
Las noches de Matías se volvieron insomnes. Se dedicó a observar a sus vecinos, a estudiar cada rincón del Montclair en busca de pistas. Mientras más investigaba, más extrañas se volvían las coincidencias. Algunos vecinos mayores parecían incómodos con sus preguntas, como si supieran más de lo que querían admitir. Otros hablaban en susurros sobre "el ciclo", un término que nadie se atrevía a explicar.
Una noche, mientras revisaba viejos documentos en la biblioteca municipal, Matías encontró un informe policial de 1950 que jamás había sido digitalizado. En él se mencionaba un nombre que lo dejó helado: Joaquín Rivas. Su abuelo.
El documento insinuaba que Joaquín había sido interrogado en relación con la desaparición de Sara Delgado. No hubo pruebas en su contra, pero era uno de los principales sospechosos.
Matías sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Su propia familia estaba involucrada en las desapariciones. ¿Cómo era posible? Su abuelo había muerto hace años, pero el ciclo continuaba. ¿Quién lo mantenía vivo? ¿Quién era el responsable ahora?
Con el corazón acelerado, regresó al Montclair decidido a confrontar a su padre, Eduardo Rivas. Había demasiadas coincidencias y él necesitaba respuestas.
Cuando entró en el departamento familiar, encontró a su padre sentado en la sala, como si lo estuviera esperando. Eduardo lo miró con una expresión serena, pero sus ojos ocultaban algo oscuro. Matías sostuvo los papeles en alto.
—¿Qué significa esto, papá?—preguntó con la voz temblorosa—. ¿Por qué aparece el abuelo en los informes de la desaparición de Sara Delgado?
Eduardo suspiró y apoyó los codos en sus rodillas.
—Sabía que eventualmente llegarías a esto —dijo con un tono casi resignado—. Es un ciclo, Matías. Un ciclo que no podemos evitar.
Matías sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿De qué estás hablando?
Eduardo lo miró fijamente, con una calma perturbadora.
—Tu bisabuelo fue el arquitecto de este edificio —dijo Eduardo en voz baja, con una mirada que parecía traspasar el tiempo—. Pero nunca supo la verdad. Construyó pasadizos por orden del hombre que lo contrató, sin saber para qué eran. Nunca llegó a descubrirlo… porque lo mataron antes.
Matías frunció el ceño.
—¿Lo mataron? ¿Quién? ¿Porque?
—El esposo de la primera víctima —susurró Eduardo—. La mujer que lo empezó todo, Sara Delgado, lo acuso de violarla. Entonces su marido busco a tú bisabuelo y en vengaza lo asesino.
Matías sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—No entiendo…
—¡¡El era inocente, solo fue una mentira de esa maldita mujer!!—dijo su padre, con una sonrisa amarga—. Ella mintió para que su marido no sospechara de su aventura, ya que quedó embarazada.
—¿Cómo?
—Tu abuelo no lo aceptó. Descubrió los pasadizos, decidió usarlos para algo más. Se convirtió en juez, jurado y verdugo. Encontró al hijo de la mujer que mató a tu bisabuelo, Ricardo Mercado… y lo asesinó.
Matías sintió que el estómago se le encogía.
—Pero eso fue hace…
—Setenta y cinco años —asintió Eduardo—. Cuando llegó mi turno, yo también cumplí con el pacto. Cada veinticinco años, pagamos con sangre la sangre que se derramó. Y ahora… ahora te tocará a ti.
Matías dio un paso atrás.
—No. No voy a hacerlo. Es ridículo asesinar a esas personas, ellos no hicieron daño alguno.
Su padre sonrió, pero no había calidez en sus ojos.
—Todos decimos lo mismo… al principio. Pero la sangre de esos es la misma que el asesino de tu bisabuelo.
El silencio se volvió pesado entre ellos. Matías quería gritar, huir, alejarse de la verdad que acababa de descubrir. Pero en el fondo, supo que ya no había marcha atrás. No podía ignorarlo.
Matías sentía que la verdad lo asfixiaba. Había intentado hacer lo correcto, pero el peso de la herencia maldita de su familia era una sombra constante. Cuando confrontó a su padre, Eduardo no mostró ni un rastro de arrepentimiento.
—Yo no elegí esto —le había dicho su padre con voz serena—. Es un ciclo, y tú formarás parte de él tarde o temprano.
Pero Matías se negó a aceptarlo. Decidió que debía romper la cadena de crímenes y acudiría a la policía. Sin embargo, unos días después, su padre desapareció misteriosamente. La noticia lo paralizó. Ahora, si iba a la policía, podría convertirse en sospechoso. Y lo peor: el ciclo había cobrado una nueva víctima.
El tiempo pasó y llegó el 25 de octubre de 2050. Matías lo había temido durante años, pero ahora estaba aquí. Sabía a quién le tocaría ser la siguiente víctima: Valeria Gutiérrez, la hija de Emilio Gutiérrez. La misma familia, la misma maldición. Si seguía el destino que su abuelo y su padre habían marcado, debería hacerla desaparecer. Pero Matías tenía otro plan.
No podía permitir que la historia se repitiera. Decidió salvarla.
Aquella noche, la tensión en el Edificio Montclair era sofocante. Matías se colo por los pasadizos para entrar al departamento de Valeria y así poder salvarla, ya qué sospechaba que su padre podría hacerla desaparecer. Sabía que el apagón llegaría en cualquier momento. Debía actuar rápido. Pero entonces, algo en su interior se removió. La voz de su padre resonó en su cabeza: “No puedes escapar de esto”.
Las luces parpadearon. Matías sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. La oscuridad lo envolvió por completo. Silencio absoluto.
Cuando la luz regresó, Valeria ya no estaba.
Unas horas después, la policía llegó al edificio. Investigaron su desaparición, pero no encontraron pistas. Ninguna señal de forzamiento, ningún ruido, ningún testigo. Exactamente igual que las veces anteriores.
Matías observó todo desde lejos. Su expresión era indescifrable. Nadie sabía lo que había pasado en la oscuridad. Nadie sabía si Matías había intentado salvar a Valeria o si finalmente había sucumbido al destino que tanto temía.
El ciclo había continuado.... O tal vez no. Nadie lo sabría nunca.
The Montclair Building had always had an imposing presence in the city. Built in the 1950s, its dark brick facade and tall windows reflected a history as old as it was disturbing. The residents avoided talking about it, but the rumor persisted: every twenty-five years, someone disappeared without a trace. Matías Rivas didn’t believe in superstitions, but when his neighbor Emilio Gutiérrez vanished on October 25, 2025, his skepticism cracked.
Emilio’s disappearance was a baffling event. That day, the Montclair suffered a sudden blackout—one of those inexplicable power outages that plunged the building into total darkness. When the lights came back, Emilio was gone. His apartment was locked from the inside, with no signs of violence or anything out of place. The police found no evidence of forced entry, and to make matters worse, the hallway security cameras showed nothing but a black screen during the outage. When the image returned, Emilio’s door was still closed, but he had vanished.
Matías had lived in the Montclair his entire life and knew Emilio well enough to be sure he wasn’t an impulsive man. He had no debts, no known enemies, no apparent reason to run away. Something about the story didn’t add up, and Matías’ curiosity soon turned into obsession.
He began digging into the building’s records, searching through old newspapers and municipal documents. That’s when he noticed a terrifying pattern: the disappearances happened every twenty-five years, always on the same night. In 1950, Sara Delgado, a thirty-year-old woman, disappeared from her apartment. In 1975, Ricardo Mercado vanished under identical circumstances. In 2000, Elizabeth Suárez, a university student, was next on the list. And now, Emilio Gutiérrez.
The most unsettling part was that each victim had a connection to the building since its construction. They all descended from the same family. What did that mean? Was it just a pattern, or was something darker lurking in the shadows of the building?
Matías’ nights became sleepless. He watched his neighbors, studied every corner of the Montclair for clues. The more he investigated, the stranger the coincidences became. Some older residents seemed uncomfortable with his questions, as if they knew more than they wanted to admit. Others whispered about "the cycle," a term no one dared to explain.
One night, while combing through old documents at the municipal library, Matías found a police report from 1950 that had never been digitized. It mentioned a name that sent chills down his spine: Joaquín Rivas. His grandfather.
The document suggested that Joaquín had been questioned regarding Sara Delgado’s disappearance. There was no evidence against him, but he was one of the main suspects.
Matías felt the ground crumble beneath his feet. His own family was involved in the disappearances. How was that possible? His grandfather had died years ago, but the cycle continued. Who was keeping it alive? Who was responsible now?
With his heart pounding, he returned to the Montclair, determined to confront his father, Eduardo Rivas. There were too many coincidences, and he needed answers.
When he entered the family apartment, he found his father sitting in the living room, as if he had been waiting for him. Eduardo looked at him with a calm expression, but his eyes hid something dark. Matías held up the papers.
—What does this mean, Dad? —he asked, his voice trembling—. Why is Grandpa in the reports about Sara Delgado’s disappearance?
Eduardo sighed and rested his elbows on his knees.
—I knew you’d get to this eventually —he said with an almost resigned tone—. It’s a cycle, Matías. A cycle we cannot escape.
Matías felt a shiver run down his spine.
—What are you talking about?
Eduardo stared at him, his gaze disturbingly calm.
—Your great-grandfather was the architect of this building —Eduardo said quietly, his eyes seeming to pierce through time—. But he never knew the truth. He built secret passageways under the orders of the man who hired him, without knowing what they were for. He never got to find out… because they killed him first.
Matías frowned.
—Killed him? Who? Why?
—The husband of the first victim —Eduardo whispered—. The woman who started it all, Sara Delgado, accused him of raping her. So her husband hunted down your great-grandfather and killed him in revenge.
Matías felt a cold shiver crawl down his spine.
—I don’t understand…
—He was innocent! It was just a lie from that damned woman! —his father said, with a bitter smile—. She lied so her husband wouldn’t suspect her affair, because she got pregnant.
—What?
—Your grandfather couldn’t accept it. He discovered the passageways and decided to use them for something else. He became judge, jury, and executioner. He found the son of the man who killed your great-grandfather, Ricardo Mercado… and he murdered him.
Matías felt his stomach twist.
—But that was…
—Seventy-five years ago —Eduardo nodded—. When my time came, I too fulfilled the pact. Every twenty-five years, we pay blood for the blood that was spilled. And now… now it’s your turn.
Matías took a step back.
—No. I won’t do it. It’s ridiculous to murder these people, they haven’t done anything wrong.
His father smiled, but there was no warmth in his eyes.
—We all say the same thing… at first. But the blood in their veins is the same as the man who killed your great-grandfather.
The silence between them became heavy. Matías wanted to scream, to run, to escape from the truth he had just uncovered. But deep down, he knew there was no turning back. He couldn’t ignore it.
Matías felt the truth suffocating him. He had tried to do the right thing, but the weight of his family’s cursed inheritance was a constant shadow. When he confronted his father, Eduardo showed no remorse.
—I didn’t choose this —his father had said calmly—. It’s a cycle, and sooner or later, you’ll be part of it.
But Matías refused to accept it. He decided he had to break the chain of crimes and planned to go to the police. However, a few days later, his father mysteriously disappeared. The news paralyzed him. Now, if he went to the police, he could become a suspect. And worse: the cycle had claimed another victim.
Time passed, and October 25, 2050, arrived. Matías had feared this day for years, but now it was here. He knew who the next victim would be: Valeria Gutiérrez, Emilio Gutiérrez’s daughter. The same family, the same curse. If he followed the destiny his grandfather and father had marked, he should make her disappear. But Matías had another plan.
He couldn’t let history repeat itself. He decided to save her.
That night, the tension in the Montclair Building was suffocating. Matías sneaked through the passageways to enter Valeria’s apartment and save her, suspecting that his father might make her disappear. He knew the blackout would come at any moment. He had to act fast. But then, something stirred inside him. His father’s voice echoed in his head: "You can’t escape this."
The lights flickered. Matías felt a chill run down his spine. Darkness swallowed him completely. Absolute silence.
When the light returned, Valeria was gone.
Hours later, the police arrived at the building. They investigated her disappearance but found no clues. No signs of forced entry, no noise, no witnesses. Exactly like the previous times.
Matías watched from afar. His expression was unreadable. No one knew what had happened in the darkness. No one knew if Matías had tried to save Valeria or if he had finally succumbed to the fate he feared so much.
The cycle had continued… Or maybe not. No one would ever know.
