(ESP/ENG) El Enigma de la Isla Oculta Capítulo 1: El Encuentro

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Nina había vivido en el pequeño pueblo costero de Bahía Chew toda su vida. Allí, todo transcurría lentamente, como las olas que rompían suavemente en las playas. La vida en el pueblo era sencilla, con días llenos de rutina y pocos cambios. Aquel jueves no debía ser diferente, pensó, mientras caminaba hacia la tienda del pueblo para comprar algunas provisiones.

La tienda de Doña Elvira era pequeña y acogedora, con estanterías desbordantes de productos. Nina llenó su cesta con lo necesario: café, pan, algunas frutas, y conservas. Mientras pagaba, intercambió unas palabras con Doña Elvira, quien, como siempre, le dio un par de consejos sobre el clima de la semana.

Al salir de la tienda, un viento más frío de lo normal la golpeó, haciéndola tiritar. Fue entonces, al cruzar el umbral de la puerta, cuando chocó de lleno con un hombre. Era alto, muy alto, y tenía un aspecto que no pertenecía a Bahía Chew. Su cabello era rubio ceniza, los ojos de un azul intenso, y su piel clara como el mármol. Vestía un abrigo oscuro que apenas lo protegía del frío que empezaba a instalarse en el pueblo.

—Perdón, no te vi —dijo Nina rápidamente, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas.

El hombre la miró con una expresión tranquila, casi demasiado tranquila para el accidente. Se inclinó para ayudarla a recoger las cosas que se le habían caído de la bolsa. Un frasco de mermelada rodó hasta los pies de otro hombre, que también compartía las mismas características nórdicas: alto, rubio y con el mismo aire extraño y distante.

—No te preocupes —dijo el primer hombre con una voz profunda y suave, mientras le entregaba el frasco a Nina. Ella sintió un escalofrío en su columna al tocar sus dedos al coger el frasco, como si una corriente invisible la hubiese atravesado.

Nina lo miró a los ojos por primera vez y sintió algo extraño, una sensación que no podía describir. Era como si el tiempo se hubiera detenido por un segundo, como si el aire a su alrededor se espesara. Algo en la energía de aquel hombre no era normal, como si hubiese algo oculto tras su calma inmutable.

—Gracias —murmuró Nina, tratando de mantener la compostura.

El hombre asintió sin decir nada más. Cuando se levantó, Nina se apresuró a salir de la tienda, aún sintiendo la mirada de los dos extraños sobre ella. Mientras caminaba hacia la calle principal, notó que su respiración estaba acelerada y que un leve aturdimiento se había instalado en su cabeza. “Solo ha sido un encuentro casual”, se repitió para tranquilizarse, pero la sensación persistía.

Justo antes de doblar la esquina, algo la hizo voltear. Los dos hombres aún estaban allí, junto a un coche negro y reluciente que no había visto antes en el pueblo. El primero de ellos, el que la había ayudado, la observaba fijamente. Sus ojos seguían clavados en ella, impasibles, como si intentara descifrar algo en su rostro.

Nina se quedó helada por un instante, sintiendo cómo un nudo de inquietud se formaba en su estómago. No era común ver forasteros en Bahía Chew, y menos aún personas con ese tipo de presencia. Aceleró el paso, queriendo dejar atrás la sensación de incomodidad que la había invadido.

Cuando llegó a su pequeña casa, en las afueras del pueblo, dejó las provisiones sobre la mesa y trató de calmarse. El viento seguía silbando afuera, y en el aire flotaba una tensión que no podía explicarse.

Nina no era una persona supersticiosa, pero algo en esos hombres le recordaba las viejas historias que su abuelo le contaba cuando era niña, sobre la misteriosa isla que a veces aparecía en el horizonte, allá en el sur. Decían que personas venían desde muy lejos, y que una vez que llegaban a la isla, nunca más volvían a ser vistas.

Sacudió la cabeza, intentando alejar esos pensamientos. Las historias sobre la Isla Oculta eran solo eso, leyendas contadas para asustar a los niños. Sin embargo, mientras apagaba las luces y se preparaba para dormir, la imagen de aquellos dos hombres, especialmente la de aquel que la había ayudado, no se iba de su mente.

Los días pasaron, pero el recuerdo de aquel encuentro no abandonaba a Nina. Seguía con su vida, haciendo las mismas cosas de siempre: trabajar desde casa, pasear por las tranquilas calles del pueblo, visitar la tienda de Doña Elvira para comprar lo necesario. Pero cada vez que miraba hacia el horizonte, especialmente cuando el cielo estaba cubierto de niebla, su mente volvía a los ojos de aquel hombre.

No podía explicar por qué, pero había algo en él que la inquietaba, aunque no de una forma negativa. Era como si, de alguna manera, hubiera despertado algo en ella. Una tarde, después de un largo paseo por la playa, decidió volver a la tienda. Doña Elvira siempre tenía algún chisme para contar, y tal vez podría sonsacarle algo sobre los forasteros. En un pueblo tan pequeño, las noticias volaban rápido.

—¡Nina! ¿Otra vez por aquí? —dijo Doña Elvira con su habitual sonrisa—. ¿Te quedaste sin café tan rápido?

—No, esta vez solo vine a comprar algunas galletas —respondió Nina, aunque en realidad no necesitaba nada. Su verdadera intención era averiguar más sobre los hombres.

Mientras fingía buscar en las estanterías, trató de plantear la conversación con naturalidad.

—Doña Elvira, la otra vez me crucé con dos hombres aquí en la tienda. Eran bastante altos, con aspecto extranjero. ¿Sabe si se han quedado en el pueblo?

La anciana hizo una pausa mientras empaquetaba unas verduras y la miró por un instante, como si estuviera evaluando qué responder.

—Ah, sí, los forasteros —dijo finalmente—. He oído que están alquilando una casa en las afueras. No son de aquí, pero tampoco parecen turistas. Nadie sabe bien qué hacen, y la gente del pueblo prefiere no preguntar demasiado. No son malos muchachos, pero… —Doña Elvira se acercó un poco, bajando la voz—, hay algo raro en ellos, ¿no te parece?

Nina asintió, recordando la sensación que tuvo al tropezar con el hombre. Había algo fuera de lugar, pero no sabía qué era exactamente.

—Dicen que tienen negocios importantes por aquí, pero, ¿quién sabe? —continuó Doña Elvira—. Este pueblo es tranquilo, y no suele atraer ese tipo de gente.

Nina recogió sus galletas y salió de la tienda, más intrigada que antes. Mientras caminaba hacia su casa, la niebla empezó a levantarse desde el mar, creando un ambiente casi irreal. El aire se volvió pesado, y por un momento, el sonido de las olas desapareció, como si el mundo se hubiese detenido.

Al llegar a su casa, se sentó frente a la ventana con una taza de té caliente y miró hacia el horizonte. Sabía que la isla, la mítica Isla Oculta, estaba más allá de esa niebla, aunque no siempre fuera visible. Su abuelo había hablado de ella como si fuera un lugar mágico, casi místico. Pero ahora, con esos hombres apareciendo en su vida, las historias parecían más reales que nunca.

Esa noche, mientras trataba de dormir, el sonido del viento soplando contra las ventanas le resultaba extrañamente inquietante. Se revolvía en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Las imágenes del hombre alto, su presencia, no dejaban de aparecer en su mente sintió una extraña urgencia por salir de la casa. Algo, o alguien, la estaba llamando. Caminó sin rumbo fijo por el pueblo, hasta que se encontró frente a un pequeño sendero que llevaba a las afueras, donde las casas eran más escasas. Sus pasos la llevaron casi sin darse cuenta hasta una pequeña casa en el borde del bosque, una casa que no recordaba haber visto antes.

Y allí, junto a la entrada, estaba él.

El hombre que había chocado con ella en la tienda la miraba desde el umbral. Estaba solo, y su presencia irradiaba la misma calma inquietante que la primera vez. Nina se detuvo, sorprendida por lo que sentía: no miedo, sino curiosidad, estaba en medio del bosque en la noche y en frente de un desconocido.

—¿Estabas buscándome? —preguntó el hombre, con esa voz profunda y tranquila.

Nina no supo qué responder. No lo había estado buscando, al menos no conscientemente, pero algo en su interior la había traído hasta allí.

—No lo sé —murmuró finalmente, sintiendo cómo su voz temblaba ligeramente—. Pero... tú sí, ¿verdad? Tú me estabas buscando. ¿Quien eres?

El hombre no respondió de inmediato. Sus ojos, fríos y azules como el mar en invierno, parecían estudiarla detenidamente.

—No era mi intención—dijo, finalmente—, pero hay cosas que no podemos evitar. Y tú… eres alguien que yo no puedo evitar.

El aire a su alrededor pareció volverse aún más denso con esas palabras. Nina sintió un escalofrío, aunque no era miedo lo que la invadía, sino una mezcla de confusión y curiosidad. ¿Qué significaban esas palabras? ¿Por qué no podía evitarla?

El silencio entre ellos se hizo largo, mientras Nina intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Un ruido detrás de ella la saco del letargo y al mirar una voz familiar susurro su nombre.

Nina had lived in the small coastal town of Chew Bay her entire life. There, everything moved slowly, like the waves gently crashing on the beaches. Life in the town was simple, with days full of routine and few changes. That Thursday shouldn’t have been any different, she thought, as she walked to the town store to buy some provisions.

Doña Elvira’s shop was small and cozy, with shelves overflowing with goods. Nina filled her basket with the essentials: coffee, bread, some fruit, and canned goods. While paying, she exchanged a few words with Doña Elvira, who, as usual, gave her a couple of tips about the week’s weather.

As she left the store, a colder wind than usual hit her, making her shiver. It was then, crossing the threshold of the door, that she collided head-on with a man. He was tall, very tall, and had a presence that didn’t belong in Chew Bay. His hair was ash blonde, his eyes an intense blue, and his skin as pale as marble. He wore a dark coat that barely protected him from the cold settling into the town.

“Sorry, I didn’t see you,” Nina said quickly, feeling the heat rise to her cheeks.

The man looked at her with a calm expression, almost too calm for the accident. He bent down to help her pick up the things that had fallen from her bag. A jar of jam rolled to the feet of another man, who shared the same Nordic features: tall, blonde, and with the same strange and distant air.

“Don’t worry,” said the first man in a deep, soft voice as he handed the jar to Nina. She felt a chill down her spine when their fingers touched as she took the jar, as if an invisible current had passed through her.

Nina looked into his eyes for the first time and felt something strange, a sensation she couldn’t describe. It was as if time had stopped for a second, as if the air around them had thickened. Something in this man’s energy wasn’t normal, as if there was something hidden behind his unchanging calm.

“Thank you,” Nina murmured, trying to keep her composure.

The man nodded without saying anything more. When he stood up, Nina hurried out of the shop, still feeling the gaze of the two strangers on her. As she walked toward the main street, she noticed her breathing was faster, and a slight dizziness had settled in her head. “It was just a casual encounter,” she repeated to herself to calm down, but the feeling lingered.

Just before turning the corner, something made her look back. The two men were still there, standing next to a shiny black car she hadn’t seen before in town. The first man, the one who had helped her, was staring at her. His eyes remained fixed on her, impassive, as if he was trying to decipher something in her face.

Nina froze for a moment, feeling a knot of unease form in her stomach. It wasn’t common to see strangers in Chew Bay, and even less so people with that kind of presence. She quickened her pace, wanting to leave behind the discomfort that had taken over her.

When she arrived at her small house on the outskirts of town, she left the groceries on the table and tried to calm down. The wind was still whistling outside, and in the air, there was a tension she couldn’t explain.

Nina wasn’t a superstitious person, but something about those men reminded her of the old stories her grandfather used to tell her as a child, about the mysterious island that sometimes appeared on the horizon, far to the south. They said people came from far away, and once they reached the island, they were never seen again.

She shook her head, trying to push those thoughts away. The stories about the Hidden Island were just that—legends told to scare children. However, as she turned off the lights and prepared for bed, the image of those two men, especially the one who had helped her, wouldn’t leave her mind.

The days passed, but the memory of that encounter didn’t leave Nina. She continued with her life, doing the same things as always: working from home, walking through the quiet streets of the village, visiting Doña Elvira’s shop to buy what she needed. But every time she looked toward the horizon, especially when the sky was covered in fog, her mind returned to the eyes of that man.

She couldn’t explain why, but there was something about him that unsettled her, though not in a negative way. It was as if, in some way, he had awakened something in her. One afternoon, after a long walk on the beach, she decided to return to the shop. Doña Elvira always had some gossip to share, and maybe she could coax something out of her about the strangers. In such a small town, news spread quickly.

—Nina! Here again? —said Doña Elvira with her usual smile—. Did you run out of coffee so soon?

—No, this time I just came to buy some cookies —Nina responded, though in truth, she didn’t need anything. Her real intention was to find out more about the men.

While she pretended to browse the shelves, she tried to bring up the conversation naturally.

—Doña Elvira, the other day I ran into two men here in the shop. They were quite tall, with a foreign look. Do you know if they’ve stayed in town?

The old woman paused while packing some vegetables and looked at her for a moment, as if deciding what to say.

—Ah, yes, the strangers —she finally said—. I’ve heard they’re renting a house on the outskirts. They’re not from around here, but they don’t seem like tourists either. No one really knows what they’re doing, and the townspeople prefer not to ask too many questions. They’re not bad boys, but... —Doña Elvira leaned in a bit, lowering her voice—, there’s something strange about them, don’t you think?

Nina nodded, recalling the feeling she had when she bumped into the man. Something was off, but she couldn’t quite place it.

—They say they have important business around here, but who knows? —Doña Elvira continued—. This town is quiet, and it doesn’t usually attract that kind of people.

Nina picked up her cookies and left the shop, more intrigued than before. As she walked toward her house, the fog began to rise from the sea, creating an almost surreal atmosphere. The air grew heavy, and for a moment, the sound of the waves disappeared, as if the world had stopped.

When she got home, she sat by the window with a hot cup of tea and looked out at the horizon. She knew the island, the mythical Hidden Island, lay beyond that fog, though it wasn’t always visible. Her grandfather had spoken of it as if it were a magical, almost mystical place. But now, with these men appearing in her life, the stories seemed more real than ever.

That night, as she tried to sleep, the sound of the wind blowing against the windows felt strangely unsettling. She tossed and turned in bed, unable to fall asleep. The images of the tall man, his presence, kept appearing in her mind. She felt a strange urge to leave the house. Something, or someone, was calling her. She walked aimlessly through the town until she found herself in front of a small path leading to the outskirts, where the houses were more scattered. Her steps led her, almost unconsciously, to a small house on the edge of the forest, a house she didn’t remember ever seeing before.

And there, by the entrance, he was.

The man she had bumped into at the shop was watching her from the threshold. He was alone, and his presence radiated the same unsettling calm as the first time. Nina stopped, surprised by what she felt: not fear, but curiosity. She was in the middle of the forest at night, standing before a stranger.

—Were you looking for me? —the man asked, his voice deep and calm.

Nina didn’t know how to respond. She hadn’t been looking for him, at least not consciously, but something inside her had brought her there.

—I don’t know —she finally murmured, feeling her voice tremble slightly—. But... you were, weren’t you? You were looking for me. Who are you?

The man didn’t answer right away. His eyes, cold and blue like the winter sea, seemed to study her closely.

—It wasn’t my intention —he said at last—, but there are things we can’t avoid. And you… you’re someone I can’t avoid.

The air around them seemed to grow even denser with those words. Nina felt a chill, though it wasn’t fear that overtook her, but a mix of confusion and curiosity. What did those words mean? Why couldn’t he avoid her?

The silence between them stretched, as Nina tried to process what she had just heard. A noise behind her snapped her out of the trance, and when she turned, a familiar voice whispered her name.

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Fue así como el jefe de la policía, Antonio, la encontró, y Nina al volver a mirar a la cabaña, el hombre ya no estaba.

— Nina que haces en este lugar a estas horas de la noche, es peligroso— le dijo Antonio—Vamos te llevare a casa.

El camino de regreso a casa no fue a pie como Nina había imaginado. Antonio había insistido en llevarla en su camioneta, una vieja pero resistente Ford que usaba en sus rondas por Bahía Chew. El motor rugió mientras ambos se sumían en un silencio tenso, roto solo por el zumbido del vehículo. Nina observaba cómo las sombras del bosque se desdibujaban al pasar, su mente atrapada en la imagen de ese hombre extraño y en las palabras inquietantes que le había dicho.

Antonio mantenía la mirada en la carretera, pero de vez en cuando lanzaba miradas rápidas a Nina. Sabía que ella era una mujer fuerte, siempre independiente, pero algo en su expresión le preocupaba.

—Nina, ¿qué hacías ahí, sola? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio—. No es seguro rondar por el bosque en la noche.

La mujer se removió en el asiento, sin saber muy bien cómo explicarlo.

—No lo sé —respondió honestamente—. Sentí una especie de... atracción hacia esa cabaña. Como si algo me llamara.

El policía frunció el ceño. No le gustaba nada la idea de que Nina estuviera siendo arrastrada por una especie de fuerza misteriosa. Había oído demasiadas historias sobre cosas extrañas que sucedían en esos bosques, y no quería que ella se involucrara en nada peligroso.

—Tienes que tener cuidado, Nina —dijo con un tono más suave, más personal—. Este pueblo puede parecer tranquilo, pero hay cosas que no tienen explicación, y no quiero que te pongas en peligro por algo que no entiendes.

Nina lo miró de reojo, notando el brillo de preocupación en sus ojos verdes. Antonio siempre había sido protector con ella, más allá de lo que su rol como jefe de la policía exigía. Aunque nunca lo habían hablado, ella intuía que sus sentimientos iban más allá de una simple amistad. Desde que lo conoció, siempre le había parecido un hombre muy interesante y, por supuesto, guapo. Sus rasgos, ahora que lo pensaba, le recordaban a los forasteros. Sin embargo, en ese momento, su mente estaba demasiado ocupada con otras cosas como para detenerse a reflexionar sobre eso.

La niebla comenzaba a levantarse de nuevo cuando llegaron a la casa de Nina. Antonio apagó el motor y se quedó sentado en silencio por un momento, como si dudara si debía decir algo más.

—Si necesitas hablar o... cualquier cosa, solo llámame, ¿de acuerdo? —dijo finalmente, su voz teñida de una preocupación sincera.

—Gracias—respondió Nina, intentando sonreír para tranquilizarlo, aunque la inquietud en su interior no disminuía.

Antonio esperó a que ella entrara a su casa antes de poner en marcha la camioneta y regresar a la comisaría. Mientras se alejaba, no podía sacarse de la cabeza la sensación de que algo más grande estaba sucediendo en Bahía Chew, algo que no podía controlar.

Esa noche, Nina no pudo dormir. Las imágenes del encuentro con ese hombre se repetían en su cabeza, mezclándose con las advertencias de Antonio y los viejos cuentos que su abuelo solía contarle sobre la Isla Oculta.

¿Qué estaba pasando realmente en el pueblo? ¿Y qué tenía que ver esa misteriosa isla con los extraños que habían llegado?

Decidida a encontrar respuestas, Nina se levantó temprano al día siguiente. Sabía que si quería entender lo que estaba sucediendo, tenía que hablar con alguien que conociera las viejas historias del pueblo. Su abuelo había sido una fuente de sabiduría en su infancia, pero ahora, solo quedaban los viejos pescadores que pasaban sus días en el muelle.

Se dirigió hacia el puerto, donde siempre se reunían los marineros locales, hombres curtidos por el viento y el mar. Cuando llegó, los encontró como esperaba, sentados alrededor de una fogata improvisada, fumando y charlando en voz baja. Al verla, las conversaciones se detuvieron. Nina no era una cara desconocida, pero tampoco era alguien que frecuentara ese tipo de reuniones.

—Buenos días —saludó la joven, intentando sonar casual—. Quería hacerles unas preguntas, sobre la isla.

El más viejo del grupo, Lorenzo, levantó la vista. Era un hombre encorvado, con la piel curtida y arrugada como la madera vieja, y una barba gris que le cubría gran parte del rostro.

—¿Qué quieres saber sobre ese lugar maldito? —preguntó él, con una voz ronca y profunda.

—He oído historias... sobre personas que desaparecen. Y sobre las luces extrañas. ¿Saben si ha habido más avistamientos últimamente?

Lorenzo soltó una carcajada amarga, una que no alcanzaba sus ojos.

—Siempre ha habido historias de luces y desapariciones. La isla llama a los que tienen mala fortuna, niña. Y últimamente, ha estado más activa.

Uno de los hombres más jóvenes, sentado al otro lado de la fogata, la miró con suspicacia.

—¿Tú también andas con esos extranjeros? —preguntó de repente—. Vinieron hace unos días, preguntando por la isla. Gente que no pertenece aquí.

Nina negó con la cabeza.

—No. Pero me he cruzado con ellos. Y creo que están buscando algo en esa isla. Quiero saber qué está pasando.

Los pescadores se miraron entre sí, como si discutieran silenciosamente si compartir más información con ella. Finalmente, Lorenzo habló de nuevo:

—Escucha bien, muchacha. Esa isla no es para curiosos. Si esos forasteros están buscando algo allí, te aconsejo que te mantengas lejos. La gente que se mete en los asuntos de la isla no vuelve.

—¿Sabes dónde están esos hombres ahora? —preguntó Nina, decidida a seguir con su investigación.

Lorenzo se tomó un momento antes de responder.

—Los vi esta mañana. Estaban preparando un bote para ir hacia el sur, hacia las aguas de la isla. Pero te advierto, niña, deja que se vayan solos.

Nina agradeció a los pescadores y se alejó, su mente todavía resonando con las advertencias de Lorenzo. Sin embargo, sus pensamientos estaban ocupados por el hombre con quien chocó, su presencia y la conexión inesperada que sintió. Su atracción hacia él era innegable y había dejado una marca profunda en ella.

No pudo evitarlo; su curiosidad y la atracción que sentía la impulsaron a regresar a la cabaña. Mientras caminaba por el sendero, el crepúsculo envolvía el paisaje en tonos dorados y anaranjados. Decidida, Nina se dirigió hacia la cabaña, dispuesta a descubrir más sobre el misterioso hombre y las respuestas que ella buscaba.

This is how the police chief, Antonio, found her, and when Nina looked back at the cabin, the man was no longer there.

—Nina, what are you doing in this place at this time of night? It’s dangerous—Antonio said—. Come on, I’ll take you home.

The journey back home was not on foot, as Nina had imagined. Antonio insisted on driving her in his truck, an old but sturdy Ford he used for his rounds in Chew Bay. The engine roared as they both sank into a tense silence, broken only by the hum of the vehicle. Nina watched the shadows of the forest blur as they passed, her mind caught up in the image of that strange man and the unsettling words he had spoken to her.

Antonio kept his gaze on the road but occasionally shot quick glances at Nina. He knew she was a strong woman, always independent, but something in her expression worried him.

—Nina, what were you doing there, alone? —he finally asked, breaking the silence—. It’s not safe to wander through the woods at night.

The woman shifted in her seat, unsure how to explain it.

—I don’t know —she replied honestly—. I felt some kind of... attraction to that cabin. As if something was calling me.

The policeman frowned. He didn’t like the idea that Nina was being drawn in by some kind of mysterious force. He had heard too many stories about strange things happening in those woods, and he didn’t want her getting involved in anything dangerous.

—You have to be careful, Nina —he said in a softer, more personal tone—. This town may seem quiet, but there are things that defy explanation, and I don’t want you to put yourself in danger for something you don’t understand.

Nina glanced at him, noticing the glint of concern in his green eyes. Antonio had always been protective of her, beyond what his role as police chief required. Although they had never talked about it, she sensed that his feelings went beyond simple friendship. Ever since she met him, he had always seemed like a very interesting man and, of course, handsome. Now that she thought about it, his features reminded her of the outsiders. However, at that moment, her mind was too occupied with other things to stop and reflect on it.

The fog began to lift again as they arrived at Nina’s house. Antonio turned off the engine and sat in silence for a moment, as if hesitating to say anything more.

—If you need to talk or... anything, just call me, okay? —he finally said, his voice tinged with genuine concern.

—Thank you—Nina replied, trying to smile to reassure him, although the unease inside her didn’t lessen.

Antonio waited for her to enter her house before starting up the truck and heading back to the station. As he drove away, he couldn’t shake the feeling that something bigger was happening in Chew Bay, something he couldn’t control.

That night, Nina couldn’t sleep. The images of the encounter with that man replayed in her head, mingling with Antonio’s warnings and the old tales her grandfather used to tell her about the Hidden Island.

What was really happening in the town? And what did that mysterious island have to do with the strangers who had arrived?

Determined to find answers, Nina got up early the next day. She knew that if she wanted to understand what was happening, she had to talk to someone who knew the old stories of the town. Her grandfather had been a source of wisdom in her childhood, but now, only the old fishermen remained, spending their days at the dock.

She headed to the port, where the local sailors always gathered, men weathered by the wind and sea. When she arrived, she found them as she expected, sitting around an improvised campfire, smoking and chatting quietly. Upon seeing her, the conversations stopped. Nina was not a stranger, but neither was she someone who frequented those gatherings.

—Good morning —the young woman greeted, trying to sound casual—. I wanted to ask you some questions about the island.

The oldest of the group, Lorenzo, looked up. He was a stooped man, with skin tanned and wrinkled like old wood, and a gray beard that covered much of his face.

—What do you want to know about that cursed place? —he asked, his voice hoarse and deep.

—I’ve heard stories... about people disappearing. And about strange lights. Do you know if there have been more sightings lately?

Lorenzo let out a bitter laugh, one that didn’t reach his eyes.

—There have always been stories of lights and disappearances. The island calls to those who have bad luck, girl. And lately, it’s been more active.

One of the younger men, sitting across the campfire, looked at her suspiciously.

—Are you also hanging out with those foreigners? —he suddenly asked—. They came a few days ago, asking about the island. People who don’t belong here.

Nina shook her head.

—No. But I’ve crossed paths with them. And I think they’re looking for something on that island. I want to know what’s going on.

The fishermen exchanged glances, as if silently discussing whether to share more information with her. Finally, Lorenzo spoke again:

—Listen well, girl. That island is not for the curious. If those outsiders are looking for something there, I advise you to stay away. People who get involved in the island’s affairs don’t come back.

—Do you know where those men are now? —Nina asked, determined to continue her investigation.

Lorenzo took a moment before answering.

—I saw them this morning. They were preparing a boat to go south, toward the waters of the island. But I warn you, girl, let them go alone.

Nina thanked the fishermen and walked away, her mind still resonating with Lorenzo’s warnings. However, her thoughts were occupied by the man she had bumped into, his presence and the unexpected connection she felt. Her attraction to him was undeniable and had left a deep mark on her.

She couldn’t help it; her curiosity and the attraction she felt drove her to return to the cabin. As she walked along the path, twilight enveloped the landscape in golden and orange hues. Determined, Nina headed toward the cabin, ready to uncover more about the mysterious man and the answers she sought.


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Traducido al inglés con Deepl Translator

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