Eran las 11:47 de la noche cuando el metro se detuvo en la estación de Villa Central. Clara, exhausta después de un largo día en la ciudad, subió al último vagón. Apenas había pasajeros: un hombre mayor con un sombrero, una mujer dormitando cerca de la ventana, y un joven con auriculares. Clara eligió un asiento junto a la puerta, tratando de ignorar la sensación de soledad que siempre le provocaba ese metro nocturno.
El metro arrancó lentamente, el sonido de las ruedas sobre los rieles resonando en el vagón. Clara se puso a mirar por la ventana, viendo cómo las luces de la ciudad se desvanecían mientras el paisaje se volvía más oscuro. Fue entonces cuando lo vio.
Un hombre alto, con un abrigo negro largo y un sombrero que le cubría gran parte del rostro, estaba de pie al final del vagón. No parecía un pasajero normal. No se sentó ni hizo contacto visual con nadie, solo permaneció inmóvil, mirando en su dirección. Clara intentó ignorarlo, pensando que tal vez esperaba su parada, pero algo en su presencia era perturbador.
Cuando el metro se detuvo en la siguiente estación, el hombre no bajó, pero sí subió alguien más: una mujer nerviosa, que parecía estar buscando algo o a alguien. Miró al hombre de pie, y su expresión se transformó en puro terror. Sin decir una palabra, retrocedió hacia la puerta y salió corriendo antes de que el tren volviera a arrancar.
Clara se tensó. Había algo extraño en todo eso. Decidió enviarle un mensaje a su mejor amiga, describiendo lo que pasaba. Pero justo cuando desbloqueó su teléfono, se dio cuenta de que no tenía señal.
El metro seguía avanzando, pero las luces del vagón comenzaron a parpadear. Cuando volvieron a encenderse, el hombre estaba más cerca, ahora en el centro del vagón. Clara sintió que su pecho se apretaba. Nadie más parecía notar el cambio.
Inquieta, se levantó de su asiento y se dirigió hacia la puerta automática al final del vagón. Miró hacia atrás, pero el hombre ya no estaba. Un escalofrío le recorrió la espalda. Justo cuando iba a regresar a su asiento, el metro se detuvo bruscamente. Las luces se apagaron, y el vagón quedó sumido en la oscuridad.
En la penumbra, sintió una presencia detrás de ella. Antes de que pudiera girarse, una voz profunda y grave susurró:
—No es tu tiempo.
Un empujón repentino la hizo perder el equilibrio. La puerta detrás de ella se abrió, y Clara cayó fuera del tren, rodando por el suelo frío de la estación.
Cuando levantó la vista, estaba de nuevo en la estación de Villa Central, exactamente donde había subido. Pero esta vez, la estación estaba llena de pasajeros. Gente común y corriente caminaba apresurada, hablando, riendo, y todo parecía completamente normal.
Clara miró a un lado y vio a la mujer que había salido corriendo del metro. La reconoció de inmediato. La mujer se acercó lentamente y, con un tono firme, le dijo:
—Tú también lo viste, ¿verdad? Al hombre alto.
Clara asintió, aún temblando.
—Sí, lo vi. Pero… ¿qué significa?
La mujer suspiró, como si llevara mucho tiempo guardando un secreto.
—Eso significa que no era tu tiempo. Ni tú ni yo debíamos estar en ese metro.
Antes de que Clara pudiera preguntar más, la mujer desapareció entre un grupo de trabajadores de la estación.
Entonces, un grito llenó el aire. Clara giró la cabeza y vio a un grupo de personas corriendo hacia la salida. Había un alboroto de voces, y alguien gritó:
—¡El metro chocó! ¡Hay heridos!
Clara se acercó lentamente a la multitud y escuchó los detalles. El metro en el que había estado acababa de descarrilarse en una curva peligrosa. Los pasajeros del último vagón no habían sobrevivido.
De pronto, todo tuvo sentido. Los pasajeros que no habían visto al hombre alto estaban ahora muertos, mientras que ella y la mujer que lo habían visto estaban a salvo.
El hombre no era una amenaza. Era una advertencia.
Clara salió de la estación con una mezcla de alivio y horror. Esa noche, mientras intentaba dormir, una frase resonaba en su cabeza: “No es tu tiempo.”
It was 11:47 PM when the metro stopped at Villa Central station. Clara, exhausted after a long day in the city, boarded the last car. There were hardly any passengers: an elderly man with a hat, a woman dozing near the window, and a young man with headphones. Clara chose a seat by the door, trying to ignore the feeling of loneliness that the late-night metro always caused her.
The metro started slowly, the sound of the wheels on the tracks echoing through the car. Clara looked out the window, watching as the city lights faded and the landscape grew darker. That’s when she saw him.
A tall man, wearing a long black coat and a hat that covered much of his face, stood at the end of the car. He didn’t seem like a regular passenger. He didn’t sit or make eye contact with anyone; he just stood still, staring in her direction. Clara tried to ignore him, thinking maybe he was waiting for his stop, but there was something unsettling about his presence.
When the metro stopped at the next station, the man didn’t get off, but someone else did: a nervous woman, who seemed to be looking for something or someone. She looked at the man standing, and her expression turned to pure terror. Without saying a word, she stepped back toward the door and ran off before the train started moving again.
Clara tensed. There was something strange about all of this. She decided to send a message to her best friend, describing what was happening. But just as she unlocked her phone, she realized she had no signal.
The metro kept moving, but the lights in the car began to flicker. When they came back on, the man was closer, now in the center of the car. Clara felt her chest tighten. No one else seemed to notice the change.
Feeling uneasy, she got up from her seat and walked toward the automatic door at the end of the car. She looked back, but the man was no longer there. A chill ran down her spine. Just as she was about to return to her seat, the metro stopped abruptly. The lights went out, and the car was plunged into darkness.
In the dim light, she felt a presence behind her. Before she could turn around, a deep, gravelly voice whispered:
—It’s not your time.
A sudden shove made her lose her balance. The door behind her opened, and Clara fell out of the train, rolling onto the cold floor of the station.
When she looked up, she was back at Villa Central station, exactly where she had gotten on. But this time, the station was full of passengers. Ordinary people were walking hurriedly, talking, laughing, and everything seemed perfectly normal.
Clara glanced to the side and saw the woman who had run off the train. She recognized her immediately. The woman slowly approached and, in a firm tone, said:
—You saw him too, didn’t you? The tall man.
Clara nodded, still trembling.
—Yes, I saw him. But… what does it mean?
The woman sighed, as if she had been keeping a secret for a long time.
—It means it wasn’t your time. Neither you nor I should have been on that metro.
Before Clara could ask more, the woman disappeared among a group of station workers.
Then, a scream filled the air. Clara turned her head and saw a group of people running toward the exit. There was a commotion of voices, and someone shouted:
—The metro crashed! There are injured!
Clara slowly moved closer to the crowd and listened to the details. The metro she had been on had just derailed in a dangerous curve. The passengers from the last car hadn’t survived.
Suddenly, everything made sense. The passengers who hadn’t seen the tall man were now dead, while she and the woman who had seen him were safe.
The man wasn’t a threat. He was a warning.
Clara left the station with a mix of relief and horror. That night, as she tried to sleep, a phrase echoed in her head: “It’s not your time.”