La nave Odisea 7, liderada por el comandante Aníbal Sarmiento, había completado con éxito una misión histórica: explorar el sistema estelar de Épsilon-4, a 15 años luz de la Tierra. A bordo, la piloto Ana Méndez, el ingeniero Antonio Laport, y la científica Natalia Fritz formaban un equipo excepcional. Pero algo extraño había ocurrido, habían perdido contacto con la Tierra durante toda la misión. Al principio, lo atribuyeron a problemas técnicos: interferencias de radiación estelar o fallos en el sistema de comunicación de largo alcance. Sin embargo, la falta de respuesta prolongada empezó a preocuparlos.
La misión constaba de 6 años para llegar al sistema estelar de Épsilon-4, hacer las investigaciones en 3 años, y regresar al planeta tierra durante los 6 años siguientes.
—Deberíamos haber restablecido contacto al cruzar la heliosfera —dijo Ana, revisando los controles mientras su voz denotaba ansiedad.
—Ya revisé los sistemas a lo largo de todos estos años. Todo funciona bien desde nuestra parte —respondió Antonio desde el área de ingeniería.
—¿Y si no es un problema técnico? —interrumpió Natalia— ¿Y si algo les pasó a ellos?
Aníbal los detuvo antes de que entraran en pánico.
—Sin especulaciones. Sigamos el protocolo. Regresaremos a la Tierra, y entonces obtendremos respuestas. Nosotros sabíamos que algo así podía pasar, por eso nos entrenaron, para permanecer todo este tiempo en el espacio.
Pero la incertidumbre crecía con cada día. Las estrellas parecían más frías y distantes de lo habitual, y el silencio en las transmisiones era inquietante.
Cuando finalmente cruzaron la órbita lunar, esperaban recibir instrucciones de la base terrestre. Pero el planeta que apareció ante ellos no era el que recordaban.
—¿Por qué no hay señales de satélites? —preguntó Ana, rompiendo el silencio en el puente.
—Eso no tiene sentido. Incluso si todos los sistemas fallaran, los satélites geosincrónicos deberían estar activos —respondió Antonio.
Natalia consultó los registros orbitales almacenados en la nave y se quedó pálida.
—No hay rastro de ellos. Según nuestros sensores, los satélites dejaron de transmitir hace… más de un siglo.
El comandante Sarmiento decidió proceder con el aterrizaje en el punto designado en el desierto de Mojave. Sin embargo, al descender, la imagen que los recibió fue desconcertante: instalaciones abandonadas, vehículos oxidados y estructuras cubiertas de arena.
—Esto parece… desierto. Pero esto no puede ser Houston. —Ana se levantó de su asiento, incrédula.
El equipo descendió de la nave, cauteloso, armados con lo que tenían. En el suelo encontraron carteles descoloridos y fragmentos de periódicos. Uno de ellos tenía la fecha de 2150, más de 120 años después de su partida.
Lo que les impactó aún más fue encontrar un monumento oxidado dedicado a ellos. Allí estaba grabado:
"En memoria de los héroes de la Odisea 7, perdidos en las estrellas."
—Esto tiene que ser una broma —dijo Antonio, tocando las palabras con manos temblorosas.
—Para nosotros han pasado 15 años, pero para la Tierra han pasado más de 100. —Natalia miraba fijamente el horizonte—. Es como si nunca hubiéramos regresado.
Aníbal, quien había permanecido en silencio, finalmente habló:
—No somos fantasmas. No somos recuerdos. Somos la tripulación de la Odisea 7, y encontraremos la forma de entender qué sucedió.
El viento arrastraba arena sobre el desierto de Mojave, llenando el aire con un sonido constante y opresivo. La tripulación de la Odisea 7 permanecía inmóvil frente al monumento oxidado que llevaba sus nombres. Ninguno encontraba palabras para procesar lo que significaba.
Aníbal rompió el silencio:
—Tenemos que movernos. No sabemos qué más encontraremos aquí, pero quedarnos en un lugar tan expuesto no es seguro.
Antonio frunció el ceño.
—¿Expuesto a qué? No hay señales de vida, ni animales ni humanos… esto parece un planeta muerto.
—Precisamente por eso. Algo causó esto, y hasta que sepamos qué fue, estamos en peligro. —La voz de Aníbal era firme, pero todos sabían que él también estaba luchando contra el desconcierto.
Natalia asintió y miró a su alrededor, tratando de calmar la sensación de opresión que la invadía.
—El primer paso es buscar información. Si realmente han pasado más de cien años, debe haber registros en algún lugar. Tal vez en las instalaciones de Houston o en cualquier ciudad cercana.
—Primero tenemos que confirmar que seguimos siendo compatibles con este mundo —añadió Antonio, con su tono técnico habitual—. El aire, el agua, incluso el suelo podrían haberse alterado en este tiempo.
Ana activó el sistema de análisis atmosférico de su traje.
—El aire es respirable, aunque un poco más cargado de dióxido de carbono. A corto plazo no será un problema. Pero tienen razón, no podemos arriesgarnos a consumir nada sin analizarlo.
Tras establecer un pequeño campamento cerca de la nave, el equipo comenzó a explorar el área circundante. No había rastros de actividad reciente: las carreteras estaban cubiertas de arena, los restos de vehículos eran irreconocibles y las instalaciones parecían abandonadas hacía décadas.
Antonio y Natalia se acercaron a una estructura que alguna vez fue un laboratorio. La puerta estaba cerrada, pero con un poco de esfuerzo lograron forzarla. Adentro, las paredes estaban cubiertas de polvo y moho, pero una terminal de energía solar aún parpadeaba débilmente.
—Si esto funciona, podríamos acceder a los registros —dijo Antonio, conectando un dispositivo portátil a la terminal.
Natalia observó con atención mientras los datos comenzaban a aparecer en la pantalla. Al principio, eran fragmentos sin sentido: códigos de error, fechas desordenadas, sistemas colapsados. Pero luego, una línea llamó su atención.
—“Protocolo Omega activado. Fecha: 14 de mayo de 2167.” —Natalia leyó en voz alta.
Antonio levantó la vista.
—¿Protocolo Omega? Nunca había oído hablar de eso.
—Yo sí —dijo Aníbal, que había entrado con Ana justo en ese momento—. Era un plan de contingencia para situaciones catastróficas: guerras, pandemias, colapsos ecológicos. Pero solo era teórico, un último recurso que nadie esperaba usar.
—Bueno, parece que lo usaron. —Antonio golpeó suavemente la terminal, frustrado por la lentitud del sistema—. Necesitamos más información.
Mientras tanto, Ana revisaba un mapa antiguo que habían encontrado en el campamento.
—Si el Protocolo Omega fue activado, significa que hubo una evacuación masiva. Tal vez las ciudades subterráneas de las que hablaban en nuestros años sean reales. Deberíamos buscarlas.
Aníbal asintió.
—Esas ciudades eran parte de la teoría, pero nunca se confirmó que fueran construidas. Si existen, podrían contener respuestas… o sobrevivientes.
Natalia continuó explorando los registros y encontró algo más: un mensaje de advertencia.
—“Eviten las zonas rojas. Contaminación biológica detectada.” —Leyó en voz baja, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda—. Esto explica por qué no hay vida en la superficie. Algo… algo salió mal.
El grupo intercambió miradas preocupadas. Las palabras en la pantalla parecían una advertencia del pasado, pero en ese momento se sentían como una amenaza presente.
Aníbal tomó una decisión.
—Descansaremos aquí esta noche. Mañana nos dirigiremos hacia la instalación más cercana marcada en el mapa de Ana. Necesitamos respuestas, pero también debemos ser cautelosos.
Mientras la noche caía sobre el desierto, el equipo de la Odisea 7 se preparó para enfrentar un mundo que ya no era el suyo. Habían regresado a la Tierra, pero lo que los esperaba no era un hogar, sino un misterio enterrado en las arenas del tiempo.
The spacecraft Odyssey 7, led by Commander Aníbal Sarmiento, had successfully completed a historic mission: exploring the star system Epsilon-4, 15 light-years away from Earth. Onboard were pilot Ana Méndez, engineer Antonio Laport, and scientist Natalia Fritz, forming an exceptional team. However, something strange had occurred—they had lost contact with Earth throughout the mission. At first, they attributed it to technical issues: stellar radiation interference or malfunctions in the long-range communication system. However, the prolonged silence began to worry them.
The mission was designed to take six years to reach the Epsilon-4 star system, three years for research, and another six years to return to Earth.
—We should have re-established contact after crossing the heliosphere—said Ana, checking the controls, her voice tinged with anxiety.
—I’ve already checked the systems over the years. Everything is functioning fine on our end—Antonio replied from the engineering section.
—What if it’s not a technical issue? —Natalia interjected—What if something happened to them?"
Aníbal stopped them before panic could set in.
—No speculation. Stick to the protocol. We’ll return to Earth and get our answers. We knew something like this could happen, which is why we were trained to endure this much time in space.
But the uncertainty grew with each passing day. The stars seemed colder and more distant than usual, and the silence in the transmissions was unsettling.
When they finally crossed the lunar orbit, they expected to receive instructions from the terrestrial base. But the planet that appeared before them was not the one they remembered.
—Why are there no satellite signals?—Ana asked, breaking the silence on the bridge.
—That doesn’t make sense. Even if all systems failed, the geosynchronous satellites should still be active—Antonio responded.
Natalia consulted the orbital records stored in the spacecraft and turned pale.
—There’s no trace of them. According to our sensors, the satellites stopped transmitting… more than a century ago.
Commander Sarmiento decided to proceed with landing at the designated point in the Mojave Desert. However, upon descent, the scene that greeted them was disconcerting: abandoned facilities, rusted vehicles, and structures covered in sand.
—This looks like… a wasteland. But this can’t be Houston—Ana said, standing up from her seat in disbelief.
The crew cautiously disembarked from the spacecraft, armed with whatever they had. On the ground, they found faded signs and fragments of newspapers. One bore the date 2150—over 120 years after their departure.
What shocked them even more was discovering a rusted monument dedicated to them. Inscribed on it were the words:
"In memory of the heroes of Odyssey 7, lost among the stars."
—This has to be a joke— Antonio said, touching the words with trembling hands.
—For us, it’s been 15 years, but for Earth, over a century has passed—Natalia stared at the horizon—It’s like we never returned.
Aníbal, who had remained silent, finally spoke:
—We are not ghosts. We are not memories. We are the crew of Odyssey 7, and we will find a way to understand what happened.
The wind carried sand across the Mojave Desert, filling the air with a constant, oppressive sound. The crew of Odyssey 7 stood motionless before the rusted monument bearing their names. None could find words to process what it all meant.
Aníbal broke the silence:
—We need to move. We don’t know what else we’ll find here, but staying in such an exposed place isn’t safe.
Antonio frowned.
—Exposed to what? There are no signs of life—not animals or humans. This looks like a dead planet.
—Precisely. Something caused this, and until we know what, we’re in danger—Aníbal’s voice was firm, though everyone knew he was also grappling with the disorientation.
Natalia nodded, scanning their surroundings in an attempt to calm her growing unease.
—The first step is to find information. If more than a hundred years have passed, there must be records somewhere—maybe in Houston’s facilities or a nearby city.
—First, we need to confirm we’re still compatible with this world—Antonio added in his usual technical tone. "The air, the water, even the soil could have changed in that time.
Ana activated her suit’s atmospheric analysis system.
—The air is breathable, though slightly higher in carbon dioxide. It won’t be a problem short-term, but you’re right—we can’t consume anything without analyzing it first.
After setting up a small camp near the spacecraft, the team began exploring the surrounding area. There were no signs of recent activity: roads were covered in sand, the remains of vehicles were unrecognizable, and the facilities seemed abandoned for decades.
Antonio and Natalia approached a structure that had once been a laboratory. The door was shut, but with some effort, they managed to force it open. Inside, the walls were coated with dust and mold, but a solar-powered terminal still flickered faintly.
—If this works, we might access some records—Antonio said, connecting a portable device to the terminal.
Natalia watched closely as data began to appear on the screen. At first, it was gibberish: error codes, scrambled dates, collapsed systems. But then, one line caught her attention.
—"‘Omega Protocol activated. Date: May 14, 2167,’" Natalia read aloud.
Antonio looked up.
—Omega Protocol? Never heard of it.
—I do— Aníbal said, who had just entered with Ana at that moment—It was a contingency plan for catastrophic situations: wars, pandemics, ecological collapses. But it was only theoretical, a last resort no one expected to use.
—Well, it looks like they did—Antonio said, gently tapping the terminal in frustration at its slowness—We need more information.
Meanwhile, Ana studied an old map they had found in the camp.
—If the Omega Protocol was activated, it means there was a massive evacuation. Maybe those underground cities they talked about in our time are real. We should look for them.
Aníbal nodded.
—Those cities were part of the theory, but it was never confirmed they were built. If they exist, they could hold answers—or survivors.
Natalia continued digging through the records and found another disturbing message:
—"Avoid the red zones. Biological contamination detected." —He read quietly, feeling a chill run down his spine—. "This explains why there is no life on the surface. Something... something went wrong."
The group exchanged uneasy glances. The words on the screen felt like a warning from the past but seemed like an imminent threat.
Aníbal made a decision.
—We’ll rest here tonight. Tomorrow, we’ll head toward the nearest marked facility on Ana’s map. We need answers, but we must also be cautious.
As night fell over the desert, the Odyssey 7 team prepared to face a world that was no longer their own. They had returned to Earth, but what awaited them was not home—it was a mystery buried in the sands of time.
El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Aníbal Sarmiento salió del campamento que levantaron cerca de la nave. El aire frío del desierto parecía cargar con el peso de un siglo perdido. Su mirada recorrió el terreno árido, fijándose en las ruinas esparcidas como cicatrices de un mundo que ya no reconocía.
—¿Durmió algo, comandante? —preguntó Ana Méndez, acercándose a él. Su tono era respetuoso, pero había una calidez que pocas veces dejaba ver.
—Lo suficiente para pensar con claridad, pero no lo suficiente para olvidar dónde estamos —respondió Aníbal, con un dejo de melancolía en su voz.
Ana lo miró de reojo, calibrando sus palabras.
—Siempre nos dijo que estábamos preparados para cualquier cosa. Pero esto… Esto no estaba en el manual.
Aníbal esbozó una leve sonrisa.
—No, no lo estaba. Pero tampoco lo está rendirse, y esa no es una opción, Méndez.
Ana asintió, aunque el peso de la incertidumbre seguía reflejándose en sus ojos. Durante la misión, había aprendido a admirar la determinación de Aníbal, pero ahora notaba algo distinto en él. No era solo responsabilidad. Era algo más profundo, algo personal.
—¿Qué está pensando, comandante? —preguntó Ana con más curiosidad que protocolo.
Aníbal la miró directamente, algo poco habitual en él.
—Estoy pensando en todo lo que dejamos atrás. En todo lo que nos prometimos recuperar cuando regresáramos… y en cómo vamos a enfrentar esto ahora.
Ana sintió un nudo en la garganta. Había compartido sueños similares. Ella había dejado una familia, un hogar, y la promesa de un futuro mejor. Pero ahora, todo eso era polvo en el viento.
—No podemos cambiar el pasado, pero podemos asegurarnos de que no todo esté perdido —dijo Ana, con más firmeza de la que sentía.
Aníbal asintió, agradecido por su fortaleza.
—Lo sé. Y es por eso que lidero este equipo. Pero tengo una pregunta para usted, Méndez.
—Dígame.
—¿Está lista para tomar decisiones que podrían significar la diferencia entre vivir… o quedar atrapados aquí para siempre?
Ana dudó un segundo, luego se cuadró frente a él.
—Siempre lo he estado, comandante.
—Bien. Entonces prepárese. Hoy puede ser el día en que definamos si esta es nuestra historia final… o el inicio de algo más.
Mientras Aníbal y Ana ajustaban los detalles del plan para el día, la dinámica entre ambos comenzaba a transformarse. Ella, que había sido su apoyo técnico y emocional durante la misión, ahora era también su confidente, su aliada en este nuevo y extraño mundo.
Más tarde, Aníbal y Ana decidieron liderar el avance del equipo, mientras Antonio y Natalia intentaban aún encontrar información en las computadoras de las instalaciones cerca del campamento, ellos exploraron el lugar más cercano del mapa. Llegaron a una estructura medio enterrada en la arena, diferente de las otras ruinas: más robusta, con rastros de tecnología que aún parecía funcional.
—Esto tiene que ser un centro de evacuación —murmuró Ana, observando las entradas selladas.
—Si es así, tal vez aún haya algo útil dentro —respondió Aníbal mientras revisaba su equipo.
Usando herramientas de la nave, lograron forzar la entrada. Dentro, el aire era frío y denso, pero el lugar estaba mejor conservado de lo esperado. Las luces de emergencia parpadeaban tenuemente, y las paredes estaban cubiertas con mapas y diagramas de evacuación.
Ana se acercó a un panel de control cubierto de polvo, activándolo con cuidado. La pantalla chisporroteó antes de mostrar un mensaje:
"Protocolo Omega activo. Nivel de autorización requerido."
—¿Y ahora? —preguntó Ana.
Aníbal observó la pantalla y luego sacó un pequeño dispositivo que había traído de la nave.
—Si este sistema está conectado con las antiguas bases militares, tal vez pueda acceder con mi código de comandante. Esa es una de las ventajas de ser astronauta y soldado al mismo tiempo.
Ana lo miró sorprendida.
—¿Tenía autorización para esto?
Aníbal sonrió ligeramente.
—Hay cosas que no se revelan hasta que son necesarias, Méndez.
Mientras Aníbal trabajaba para descifrar el sistema, Ana permaneció alerta, sintiendo que algo los acechaba en las sombras. La tensión creció cuando un sonido metálico resonó en el pasillo detrás de ellos.
—¿Lo oyó? —susurró Ana, desenfundando su arma.
Aníbal asintió, sin apartar la vista de la pantalla.
—Sí. Manténgase alerta, pero no dispare hasta que sea necesario.
La pantalla finalmente mostró acceso concedido, y Aníbal descargó un archivo que contenía registros del Protocolo Omega. Entre ellos, había imágenes satelitales y mensajes de alto nivel que revelaban lo que había ocurrido en su ausencia:
—La humanidad no desapareció… se escondió —dijo Aníbal, leyendo rápidamente los datos.
Ana se acercó para mirar.
—¿Esas son… ciudades subterráneas?
Aníbal asintió.
—Sí, y parece que algunas de ellas todavía están activas. Pero no todas. Las zonas rojas son áreas completamente inhabitables. Algo… algo catastrófico sucedió aquí arriba.
El sonido metálico volvió a escucharse, esta vez más cerca. Ana levantó su arma, apuntando hacia el pasillo oscuro.
—Comandante, sea lo que sea, no estamos solos.
Aníbal tomó su propia arma y se colocó junto a ella.
—Sea lo que sea, encontraremos respuestas. Pero primero, salgamos de aquí con vida.
Con los registros en mano y una nueva amenaza acechando, Aníbal y Ana volvieron al campamento para compartir sus descubrimientos con Antonio y Natalia, decididos a descubrir la verdad detrás del Protocolo Omega y las sombras que parecían acecharlos en este nuevo y hostil mundo.
The sun was barely rising on the horizon when Aníbal Sarmiento left the camp they had set up near the ship. The cold desert air seemed to carry the weight of a lost century. His gaze swept over the barren terrain, focusing on the ruins scattered like scars of a world he no longer recognized.
—Did you get any sleep, Commander?— Ana Méndez asked, approaching him. Her tone was respectful, but there was a warmth she rarely revealed.
—Enough to think clearly, but not enough to forget where we are—Aníbal replied, with a hint of melancholy in his voice.
Ana glanced at him sideways, weighing her words carefully.
—You always told us we were ready for anything. But this… this wasn’t in the manual.
Aníbal gave a faint smile.
—No, it wasn’t. But neither is giving up, and that’s not an option, Méndez.
Ana nodded, though the weight of uncertainty still lingered in her eyes. During the mission, she had come to admire Aníbal’s determination, but now she noticed something different in him. It wasn’t just responsibility. It was something deeper, something personal.
—What’s on your mind, Commander?—Ana asked, more out of curiosity than protocol.
Aníbal looked directly at her, something he rarely did.
—I’m thinking about everything we left behind. Everything we promised to recover when we returned… and how we’re going to face this now.
Ana felt a lump in her throat. She had shared similar dreams. She had left behind a family, a home, and the promise of a better future. But now, all of that was dust in the wind.
—We can’t change the past, but we can make sure not everything is lost—Ana said, with more firmness than she felt.
Aníbal nodded, grateful for her strength.
—I know. That’s why I lead this team. But I have a question for you, Méndez.
—Go ahead.
—Are you ready to make decisions that could mean the difference between living… or being trapped here forever?
Ana hesitated for a second, then stood at attention before him.
—I’ve always been ready, Commander.
—Good. Then get prepared. Today might be the day we decide whether this is our final story… or the beginning of something more.
As Aníbal and Ana fine-tuned the day’s plan, their dynamic began to shift. She, who had been his technical and emotional support throughout the mission, was now also his confidant, his ally in this new and strange world.
Later, Aníbal and Ana decided to lead the team’s advance while Antonio and Natalia tried to gather more information from the computers at the facility near the camp. They explored the closest site on the map and reached a structure half-buried in the sand, different from the other ruins: sturdier, with traces of technology that still seemed functional.
—This must be an evacuation center—Ana murmured, examining the sealed entrances.
—If it is, there might still be something useful inside—Aníbal replied as he checked his equipment.
Using tools from the ship, they managed to force their way in. Inside, the air was cold and dense, but the place was better preserved than expected. Emergency lights flickered faintly, and the walls were covered with maps and evacuation diagrams.
Ana approached a dusty control panel and carefully activated it. The screen flickered before displaying a message:
"Omega Protocol active. Authorization level required."
—Now what?—Ana asked.
Aníbal looked at the screen and then pulled out a small device he had brought from the ship.
—If this system is connected to the old military bases, I might be able to access it with my commander code. That’s one of the perks of being both an astronaut and a soldier.
Ana looked at him, surprised.
—Did you have authorization for this?
Aníbal smiled slightly.
—There are things you don’t reveal until they’re needed, Méndez.
As Aníbal worked on decoding the system, Ana stayed alert, feeling as if something was lurking in the shadows. The tension grew when a metallic sound echoed in the hallway behind them.
—Did you hear that? Ana whispered, drawing her weapon.
Aníbal nodded, not taking his eyes off the screen.
—Yes. Stay alert, but don’t shoot unless it’s necessary.
The screen finally displayed Access Granted, and Aníbal downloaded a file containing records about the Omega Protocol. Among them were satellite images and high-level messages revealing what had happened in their absence:
—Humanity didn’t disappear… it hid—Aníbal said, reading through the data quickly.
Ana stepped closer to look.
—Are those… underground cities?
Aníbal nodded.
—Yes, and it seems some of them are still active. But not all. The red zones are completely uninhabitable areas. Something… something catastrophic happened up here.
The metallic sound came again, this time closer. Ana raised her weapon, aiming at the dark hallway.
—Commander, whatever it is, we’re not alone.
Aníbal drew his own weapon and stood beside her.
—Whatever it is, we’ll find answers. But first, we need to get out of here alive.
With the records in hand and a new threat looming, Aníbal and Ana returned to the camp to share their discoveries with Antonio and Natalia, determined to uncover the truth behind the Omega Protocol and the shadows that seemed to stalk them in this new and hostile world.