Natalia Martínez vivía en la bulliciosa ciudad de Santiago, donde trabajaba como diseñadora gráfica para una agencia publicitaria. Aunque su vida estaba llena de proyectos emocionantes y un círculo social vibrante, siempre había sentido una conexión especial con el pequeño pueblo de Santo Domingo. De niña, pasaba sus veranos en la casa de su abuela, Josefina, junto al idílico Lago Esmeralda. Estos recuerdos de tardes soleadas y noches estrelladas siempre habían ocupado un lugar especial en su corazón.
Cuando su abuela Josefina falleció, Natalia recibió la noticia de que había heredado la vieja casona. Decidió tomarse un descanso de su agitada vida en la ciudad y pasar unas semanas en el tranquilo pueblo. Necesitaba tiempo para reflexionar y conectarse con sus raíces.
Al llegar a Santo Domingo, Natalia fue recibida por un paisaje que parecía congelado en el tiempo. La casa, con su fachada de madera blanca y ventanas de marco azul, seguía siendo tan encantadora como la recordaba. Sin embargo, el paso de los años había dejado su huella. El jardín estaba invadido por maleza y el bosque circundante parecía haberse acercado más a la propiedad. La sensación de nostalgia y melancolía la invadió mientras recorría las habitaciones llenas de polvo y recuerdos.
Desde su primera noche en la casa, Natalia sintió una inquietante sensación de ser observada. Las sombras en el bosque parecían moverse con vida propia y el viento susurraba a través de las ramas, creando una atmósfera cargada de misterio. La sensación era tan palpable que le costaba conciliar el sueño, y cuando lo hacía, se despertaba sobresaltada, convencida de haber oído pasos fuera de la casa.
Unos días después de su llegada, Natalia decidió ir al almacén del pueblo para comprar provisiones. La tienda, una pequeña construcción de madera con un cartel que apenas se sostenía, estaba atendida por una mujer mayor de aspecto amable pero con una mirada que transmitía una sabiduría inquietante. Cuando Natalia pagó sus compras, la mujer le preguntó en voz baja:
—¿Has visto ya a la criatura que vio tu abuela?
Natalia se quedó perpleja. —¿De qué criatura habla? —preguntó, tratando de ocultar su desconcierto.
La mujer la observó por un momento antes de responder, sus ojos llenos de una mezcla de lástima y preocupación. —Tu abuela hablaba de una criatura que la observaba desde el lago. Decía que no era humana.
Antes de que Natalia pudiera responder, notó que otros lugareños en la tienda la miraban de forma extraña, susurrando entre ellos. Sintiendo que se estaba metiendo en algo mucho más profundo de lo que había imaginado, Natalia salió apresuradamente de la tienda, su mente llena de preguntas y dudas.
Esa noche, mientras intentaba dormir, los ruidos extraños comenzaron de nuevo. Era como si alguien estuviera caminando alrededor de la casa, el crujido de ramas y pasos suaves sobre la hierba. Se armó de valor, tomó una linterna y su arma, y salió al porche. La noche estaba en calma, y el lago reflejaba la luz de la luna, creando una atmósfera casi surrealista.
De repente, Natalia sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando una mano tocó su hombro. Rápidamente se dio la vuelta para apuntar con el arma a quien invadía su casa. Cuál sorpresa se llevó al ver parado frente a ella a su novio Agustín, quien había viajado desde la ciudad al pueblo para acompañarla. Fue entonces que comprendió que estaba siendo influenciada por los dichos de la mujer de la tienda, creyendo en tonterías de criaturas. Se puso a reír y abrazó a su novio para luego darle un gran beso. Una vez que entraron a la casa, le contó lo sucedido.
A la mañana siguiente, Natalia decidió explorar la casa con más detenimiento. Obligó a Agustín a ayudarle, aunque este no quería hacerlo. A regañadientes, el hombre tuvo que ceder. Comenzaron por el ático, un lugar que había estado cerrado durante años. El aire estaba cargado de polvo y el suelo crujía bajo sus pies mientras abrían cajas y baúles llenos de recuerdos.
Entre los objetos, encontraron una caja vieja llena de papeles y fotos antiguas. Había cartas, fotografías en sepia y un diario con la tapa desgastada que pertenecía a Josefina. Natalia comenzó a leer el diario en voz alta, con Agustín a su lado.
Las primeras entradas eran sobre la vida cotidiana: reuniones familiares, festivales en el pueblo y anécdotas sobre amigos y vecinos. Sin embargo, pronto las cosas tomaron un giro oscuro. Josefina escribía sobre haber visto una figura en el lago, describiendo encuentros escalofriantes y la sensación constante de ser observada. Hablaba de noches en las que se despertaba abruptamente, sintiendo una presencia en la habitación.
—Parece que tu abuela realmente creía en la criatura —comentó Agustín, frunciendo el ceño.
—Sí, y eso me preocupa —respondió Natalia, pasando las páginas del diario—. ¿Y si no son solo historias? ¿Y si hay algo más?
—Por favor, Naty, ¿en serio vas a creer en esas fantasías estúpidas? —dijo Agustín visiblemente molesto.
—Recuerda que estás hablando de mi abuela, ten más respeto, y si no estás a gusto, puedes irte —contestó Natalia furiosa.
Agustín le pidió disculpas, pero le dijo que no quería que se viera afectada por hechos que habían estado en la mente de una persona mayor con problemas de senilidad.
Esa noche, mientras dormían, Natalia se despertó con una sensación inquietante. Se levantó, tomó una linterna y salió al porche. Sentía una necesidad imperiosa de observar el lago. Era como si una fuerza invisible la llamara. De repente, pudo ver una sombra en el agua, una que se movía hacia ella. Asustada, quería correr, pero no podía; sus piernas no respondían.
Entonces, un ser humanoide emergió del lago y observó a Natalia con detenimiento. La figura era alta y delgada, con ojos brillantes que reflejaban la luz de la luna. Natalia sintió un miedo paralizante y, antes de poder reaccionar, se desmayó en el acto. Al despertar, estaba en la cama, y al lado estaba Agustín. Ella lo despertó para decirle lo sucedido, pero este le dijo que fue simplemente una pesadilla. Aunque Natalia sentía que había sido real, la duda comenzó a instalarse en su mente...
Natalia Martínez lived in the bustling city of Santiago, where she worked as a graphic designer for an advertising agency. Although her life was filled with exciting projects and a vibrant social circle, she had always felt a special connection to the small town of Santo Domingo. As a child, she spent her summers at her grandmother Josefina’s house, next to the idyllic Emerald Lake. These memories of sunny afternoons and starry nights always held a special place in her heart.
When her grandmother Josefina passed away, Natalia received the news that she had inherited the old house. She decided to take a break from her hectic city life and spend a few weeks in the quiet town. She needed time to reflect and connect with her roots.
Upon arriving in Santo Domingo, Natalia was greeted by a landscape that seemed frozen in time. The house, with its white wooden facade and blue-framed windows, was as charming as she remembered. However, the passage of years had left its mark. The garden was overrun with weeds, and the surrounding forest seemed to have crept closer to the property. A feeling of nostalgia and melancholy washed over her as she walked through the dust-filled rooms, laden with memories.
From her first night in the house, Natalia felt an unsettling sensation of being watched. The shadows in the forest seemed to move with a life of their own, and the wind whispered through the branches, creating an atmosphere heavy with mystery. The feeling was so palpable that she had trouble falling asleep, and when she did, she would wake up startled, convinced she had heard footsteps outside the house.
A few days after her arrival, Natalia decided to go to the town store to buy provisions. The store, a small wooden building with a barely standing sign, was run by an elderly woman with a kind demeanor but an unsettlingly wise look in her eyes. As Natalia paid for her purchases, the woman asked her in a low voice:
—Have you seen the creature your grandmother saw?
Natalia was taken aback. —What creature are you talking about? —she asked, trying to hide her bewilderment.
The woman observed her for a moment before responding, her eyes filled with a mix of pity and concern. —Your grandmother spoke of a creature that watched her from the lake. She said it wasn’t human.
Before Natalia could respond, she noticed other townsfolk in the store looking at her strangely, whispering among themselves. Feeling she was getting into something much deeper than she had imagined, Natalia hurried out of the store, her mind filled with questions and doubts.
That night, as she tried to sleep, the strange noises began again. It was as if someone was walking around the house, the creaking of branches and soft footsteps on the grass. She gathered her courage, took a flashlight and her gun, and stepped onto the porch. The night was calm, and the lake reflected the moonlight, creating an almost surreal atmosphere.
Suddenly, Natalia felt a chill run down her spine when a hand touched her shoulder. She quickly turned around to point the gun at whoever was invading her home. To her surprise, she saw her boyfriend Agustín standing in front of her, who had traveled from the city to the town to accompany her. It was then that she realized she had been influenced by the woman’s words at the store, believing in creature nonsense. She began to laugh and hugged her boyfriend before giving him a big kiss. Once they were inside the house, she told him what had happened.
The next morning, Natalia decided to explore the house more thoroughly. She forced Agustín to help her, even though he didn’t want to. Reluctantly, he had to give in. They started with the attic, a place that had been closed for years. The air was thick with dust, and the floor creaked under their feet as they opened boxes and trunks full of memories.
Among the items, they found an old box filled with papers and old photos. There were letters, sepia-toned photographs, and a diary with a worn leather cover that belonged to Josefina. Natalia began to read the diary aloud, with Agustín by her side.
The first entries were about everyday life: family gatherings, town festivals, and anecdotes about friends and neighbors. However, things soon took a dark turn. Josefina wrote about seeing a figure in the lake, describing eerie encounters and the constant feeling of being watched. She spoke of nights when she would wake up abruptly, feeling a presence in the room.
—It seems your grandmother really believed in the creature —commented Agustín, frowning.
—Yes, and that worries me —replied Natalia, flipping through the pages of the diary—. What if they’re not just stories? What if there’s something more?
—Please, Naty, are you seriously going to believe in those stupid fantasies? —said Agustín, visibly annoyed.
—Remember you’re talking about my grandmother, have more respect, and if you’re not comfortable, you can leave —replied Natalia, furious.
Agustín apologized but said he didn’t want her to be affected by things that had been in the mind of an elderly person with senility problems.
That night, while they were sleeping, Natalia woke up with an unsettling feeling. She got up, took a flashlight and her gun, and stepped onto the porch. She felt an overwhelming need to look at the lake. It was as if an invisible force was calling her. Suddenly, she saw a shadow in the water, one that moved towards her. Scared, she wanted to run, but she couldn’t; her legs wouldn’t respond.
Then, a humanoid figure emerged from the lake and observed Natalia closely. The figure was tall and slender, with glowing eyes that reflected the moonlight. Natalia felt a paralyzing fear, and before she could react, she fainted on the spot. When she woke up, she was in bed, with Agustín beside her. She woke him to tell him what had happened, but he said it was just a nightmare. Although Natalia felt it had been real, doubt began to creep into her mind...