Hace algún tiempo me encontré reflexionando sobre lo que significa realmente tomar una decisión. No solo elegir entre opciones, sino asumir ese poder como una herramienta que puede cambiar el rumbo de nuestras vidas. Hay una frase que se quedó conmigo desde entonces: "No decidir ya es una decisión." Puede sonar sencillo, pero tiene una profundidad que nos obliga a mirar hacia adentro y preguntarnos: ¿qué estamos haciendo con nuestro poder de decisión?
La verdad es que muchas veces nos dejamos llevar por la inercia, por el miedo al cambio o simplemente por la comodidad de lo conocido. Evitamos tomar decisiones porque tememos equivocarnos, porque creemos que esperar es más seguro, porque pensamos que hay más tiempo. Pero el tiempo pasa, las oportunidades no siempre esperan, y esa falta de acción también deja una marca. Vivir en la duda o en la espera indefinida es como intentar avanzar mientras arrastramos un ancla que no queremos soltar.
Lo curioso es que el poder de decisión no es algo con lo que necesariamente nacemos sabiendo usar. Es algo que debemos cultivar, que requiere práctica y, sobre todo, autoconocimiento. Cada vez que enfrentamos una elección, estamos poniendo a prueba nuestra capacidad de asumir responsabilidad por nuestras vidas. Y no siempre será fácil. Habrá momentos en que lo que decidamos nos llevará a resultados inesperados o incluso dolorosos, pero eso también es parte del aprendizaje.
He notado que el poder de decidir no solo afecta nuestras acciones, sino también cómo nos sentimos con nosotros mismos. Cuando evitamos tomar decisiones importantes, nos llenamos de una sensación de vacío, de una especie de insatisfacción que es difícil de ignorar. Es como si algo dentro de nosotros supiera que no estamos cumpliendo con nuestra parte, que estamos dejando que la vida decida por nosotros.
Por eso creo que es vital aprender a decidir desde un lugar de claridad, pero también de valentía. Porque no se trata de siempre tener la certeza absoluta —eso rara vez ocurre—, sino de confiar en que, pase lo que pase, tendremos la capacidad de adaptarnos, de crecer y de seguir adelante. Decidir es asumir que la vida no está hecha de garantías, sino de elecciones que nos construyen poco a poco.
Lo más interesante de todo es que este poder no se agota ni se desgasta; al contrario, cuanto más lo usamos, más fuerte se vuelve. Cada decisión, por pequeña que parezca, nos ayuda a desarrollar esa confianza en nosotros mismos, a entender lo que realmente queremos y a construir la vida que deseamos.
Hay días en los que quizás el panorama sea confuso, donde tomar una decisión parece demasiado abrumador. En esos momentos, es importante recordar que no necesitamos resolverlo todo de una vez. Basta con dar un primer paso, el que nos acerque un poco más a donde queremos estar. Porque el poder de decisión no es solo elegir un camino, sino comprometernos con él, aprender de él y, si es necesario, cambiar de dirección sin perder de vista que seguimos siendo los responsables de nuestra vida.
No hay una fórmula única para decidir bien, pero sí creo que, mientras más nos atrevamos a escuchar nuestra voz interior y a actuar en consecuencia, más podremos disfrutar de lo que significa realmente vivir.